Hay algo que casi nadie dice en voz alta en marketing, pero que se siente cada vez más fuerte: muchas personas ya no saben si lo que están haciendo sigue sirviendo.
No porque el marketing haya dejado de funcionar, sino porque las señales que usábamos para entenderlo ya no explican la realidad.
Las métricas siguen ahí, pero ya no responden a las preguntas importantes.
Y en el medio aparece una ansiedad silenciosa que se repite en founders, marketers y equipos: “¿Estamos haciendo lo correcto o solo estamos repitiendo lo que antes funcionaba?”
El problema no es que el marketing haya cambiado.
El problema es que cambió sin avisar.
Durante años, el sistema era relativamente estable. Si publicabas más, crecías. Si optimizabas mejor, aparecías. Si medías bien, entendías qué ajustar. Hoy todo eso sigue existiendo… pero ya no explica el resultado final. Hay capas nuevas tomando decisiones antes de que el usuario llegue a vos.
Eso genera una sensación rara: trabajás más, pero entendés menos.
Muchos equipos sienten que están corriendo detrás de algo que no terminan de ver. Ajustan campañas, prueban formatos, cambian mensajes, pero no logran identificar qué es lo que realmente mueve la aguja. Y cuando no hay claridad, aparece la ansiedad. No la ansiedad visible, sino la silenciosa: la de seguir produciendo por inercia.
El marketing se volvió ruidoso, pero el criterio escasea.
Lo más peligroso de este momento no es equivocarse. Es no saber cómo evaluar si estás equivocado. Cuando las métricas pierden sentido, se empieza a trabajar por intuición mal calibrada o por presión externa: “hay que publicar”, “hay que estar”, “hay que hacer algo”.
Y sin darnos cuenta, pasamos de diseñar estrategias a sostener actividad.
Esta ansiedad no es un problema individual. Es sistémica. Viene de un entorno donde las reglas cambiaron, pero el lenguaje con el que hablamos del marketing sigue siendo viejo. Seguimos pidiendo respuestas a indicadores que ya no cuentan toda la historia.
Por eso vemos equipos cansados, marcas confundidas y profesionales que sienten que “ya no dominan su propio terreno”, aun teniendo más experiencia que nunca.
La salida no es hacer más.
Tampoco es ignorar todo.
La salida empieza por aceptar algo incómodo: no todo lo que medíamos sigue siendo relevante, y no todo lo relevante se puede medir todavía. Hace falta volver a pensar. Volver a observar. Volver a hacerse buenas preguntas antes de correr a ejecutar.
Este momento pide menos ansiedad y más criterio. Menos reacción y más lectura del contexto. Menos ruido y más claridad sobre qué problema estamos resolviendo de verdad.
Quizás el trabajo más importante hoy no sea optimizar una campaña, sino entender qué cambió en la forma en que las personas deciden, confían y eligen. Porque cuando eso se aclara, el resto empieza a ordenarse solo.
No estamos frente a una crisis del marketing.
Estamos frente a una crisis de interpretación.
Y como toda crisis de interpretación, no se resuelve con más datos, sino con mejores preguntas.
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No es para hacer más. Es para entender mejor.








